martes, 13 de agosto de 2013


Seguía enfrascado en su lectura en una esquina de la mesa cuando ya todos se habían retirado. Hacía un  par de días que no trabajábamos codo con codo, que no manteníamos aquellas conversaciones a trompicones que sólo nosotros entendíamos porque no nos entendíamos. Me acerqué a curiosear qué es lo que le tenía tan absorto. Era una biblia escrita para niños, despedazada, que había intentado recomponer sin mucho éxito. Todavía recuerdo su mirada cuando le contesté que no era cristiana. No me juzgó, se puso triste al pensar que no nos encontraríamos en el cielo. Sonreí. Me produjo una gran ternura que sintiera pena por algo que a mí no me importaba lo más mínimo. Bajó de nuevo la mirada hacia su biblia. Me quedé observándolo un par de segundos y levantó la cabeza. Me preguntó mi número de teléfono, aunque no fuera cristiana. Le prometí que nuestra próxima conversación sería en swahili. Sawa - dijo.
Un par de días más tarde vino a despedirse.
- Hasta el año que viene - me dijo.
- Ojalá, rafiki yangu.

lunes, 12 de agosto de 2013


Pagar por sexo, está mal, dicen.
Pagar por amor, está peor.
Un amor comprado a plazo fijo, con intereses.
Se desgasta la banda,
se pierden las ganas.
Se agrieta la piel.
Se pueblan las piernas,
y no de tus besos.


jueves, 8 de agosto de 2013




La lluvia es distinta según dónde caiga. El proceso astrofísico es el mismo, quiero decir, el detonante que provoca que un gota de agua humedezca tu piel sin previo aviso - o con claros indicios - es exactamente el mismo.

La primera vez que me di cuenta de que la lluvia era distinta, fue cuando tenía ocho años y me dediqué a jugar durante todo un verano a contar a tormentas. Desde el cuarto piso en la casa del pueblo contaba cuántos segundos pasaban entre cada relámpago y cada trueno. Así me dijo mi prima que sabría si el centro de la tormenta estaba cerca o lejos. Sigo sin saber si aquello tiene algún fundamento, pero yo me lo creí. Según iba cerciorando la distancia que me separaba de la tormenta, me recreaba mirando hacia abajo. Tenía la impresión de que las gotas caían buscando un punto fijo en el suelo, como si al haberse separado al salir de la nube madre, quisieran reunirse sobre el asfalto. Aquella visión me provocaba una sensación muy rara, que en mi interior yo comparé a lo que se debía sentir estando drogado.

Pocos veranos más tarde volví a reencontrarme con una tormenta. Esta vez dentro del Mediterráneo, mientras jugaba a saltar olas. Aquella vez me enfadé con la lluvia. En apenas unos segundos convirtió mi diversión en miedo. Sin apenas darme cuenta una ola de unos dos metros me zambulló y arrastró mar adentro. Quedé llena de heridas y el vuelco que dio mi estómago se tradujo en unas ganas irrefrenables de vomitar. Fue aquella tarde cuando decidí no enamorarme nunca. Sentir mariposas en el estómago era lo peor que te podía pasar.

En África me reconcilié con la lluvia. La telenovela de turno estaba a todo volumen mientras María y yo cenábamos alubias con ugali en aquel antro del infierno. Entre bofetada y bofetada se hizo el silencio en la sala y oímos llover. Cruzamos nuestras miradas, sonreímos y salimos corriendo las dos sin decirnos nada. Comenzamos a bailar bajo la tormenta, como si no hubiéramos visto llover antes. Una niña salió en nuestra busca. Pensó que estábamos locas, le parecía muy grave que nos estuviéramos mojando. Y a nosotras maravilloso. Entramos de nuevo con olor a humedad y repartimos nuestra comida entre los niños.

Mi cuarto contacto con la lluvia ha durado varios meses y me ha hecho volver a odiarla. Días y días de continua lluvia he visto pasar desde la ventana de mi pequeña habitación en Mainz. Tantas horas perdidas, arropada tan sólo por el calor que desprendía mi taza de té. Si la lluvia tuvo alguna vez un tinte romántico, para mí este año se ha tornado en metáfora del aburrimiento.

No obstante, sigo odiando los paraguas. Sigo pensando que si algo es capaz de hacer humedecer la piel, no se deben poner barreras. Así siempre podré estar lo más cerca posible del centro de la tormenta.

jueves, 18 de julio de 2013

Tusker baridi sana



Cuando mirar si viene algún coche no es signo de equivocación, está todo mal.
Cuando cruzar la calle significa sucumbir al poder de los colores, está todo mal.
Cuando la pulcritud se adueña de los viandantes, está todo mal.
Cuando Tusker baridi sana se sustituye por una caña, todo vuelve a estar igual.

sábado, 8 de junio de 2013


Se alimentan de mi sangre,
los bichos que viven conmigo en mi habitación.
Dejan sus huellas en mi piel.
En una semana no habrá ni rastro de su paso.
Son bichos aburridos, inofensivos.
Prefiero arriesgarme a que su picadura pueda decidir sobre mi
muerte.

lunes, 1 de abril de 2013


I can say perfectly soberly that I know myself and I know the worst I am capable of and I know that I have done it. I am judge by the World as a Monster and I have no quarrel with that, even though I might say in passing that people who rain down bombs or burn cities or starve and murder hundreds of thousands of people are not generally considered Monsters but are showered with medals and honours, only acts against small numbers being considered shocking and evil.

What I know in Myself is my own Evil. That is the secret of my comfort. I mean I know my Worst. It may be worse than other people's worst but in fact I do not have to think or worry about that. No excuses. I am in peace. Am I a Monster? The World says so and if it is said so then I agree. But then I say, the World does not have any real meaning for me. I am my Self and have no chance to be any other Self. I could say that I was crazy then but what does that mean? Crazy. Sane. I am I. I could not change my I then and I cannot change it now.



Too Much Happines - Alice Munro.

viernes, 25 de enero de 2013


Abrí los ojos con esfuerzo. Y las vi. Allí seguían las estrellas que había pegado en el techo de mi habitación cuando aún soñaba con ser astrónoma. Entonces todo volvió a mi mente como si de una lluvia de meteoritos se tratase. Me arrepentí de haber despertado porque eso significaba que respirar volvería a doler. 

viernes, 4 de enero de 2013


Se me había olvidado cómo mantener una conversación de amor. Los nervios pronto se tornaron en concentración. Para entender. Para descifrar la marca de África, en su lengua.

- Aquí la gente cree tanto en la brujería que sostienen que si das siete vueltas alrededor de cierta piedra te conviertes en hombre.
- ¡Qué guay! Pues probaré. ¿Si tú lo haces te conviertes en mujer?
- Lo harás. Mejor ni lo intentes.
- Si fuera un tío, seríamos colegas para siempre.
- Algún día seré rico y te compraré todo lo que quieras.
- Quiero un elefante.
- Te compraré un coche.
- No, prefiero ir en elefante a los sitios. ¡Sería genial!
- Eso es imposible. Si quieres te puedo comprar una persona y vas montada en ella. Aquí en Kenia se valora más a los animales que a las personas.
- Las personas son animales.
- Animales con dinero.
- ¿No hay una piedra que te convierta en elefante?