martes, 13 de agosto de 2013


Seguía enfrascado en su lectura en una esquina de la mesa cuando ya todos se habían retirado. Hacía un  par de días que no trabajábamos codo con codo, que no manteníamos aquellas conversaciones a trompicones que sólo nosotros entendíamos porque no nos entendíamos. Me acerqué a curiosear qué es lo que le tenía tan absorto. Era una biblia escrita para niños, despedazada, que había intentado recomponer sin mucho éxito. Todavía recuerdo su mirada cuando le contesté que no era cristiana. No me juzgó, se puso triste al pensar que no nos encontraríamos en el cielo. Sonreí. Me produjo una gran ternura que sintiera pena por algo que a mí no me importaba lo más mínimo. Bajó de nuevo la mirada hacia su biblia. Me quedé observándolo un par de segundos y levantó la cabeza. Me preguntó mi número de teléfono, aunque no fuera cristiana. Le prometí que nuestra próxima conversación sería en swahili. Sawa - dijo.
Un par de días más tarde vino a despedirse.
- Hasta el año que viene - me dijo.
- Ojalá, rafiki yangu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario