lunes, 24 de septiembre de 2012



Refugiándome de casa entre los árboles y palabras sobre papel, se acercó. Una golondrina. Me quedé quieta ante el temor de que saliera volando. Pero me miraba sin un atisbo de miedo. Quizás porque supo leer que era inofensiva. Observé durante unos minutos sus movimientos. Parecía estar a gusto rondando el banco sobre el que estaba sentada. Seguí leyendo. Sumergida en el mundo que había ideado Kundera, me devolvió a la realidad de un picotazo en la espalda. Sonreí y pensé por un instante que comenzaría a hablarme, pero el silencio se adueñó del momento. Sin saber qué decirnos, abandonó la conversación y se perdió entre las hojas que ya tiñen el suelo desde hace algunos días. Y me quedé sola de nuevo, entre los árboles y el papel, sabiendo que tendría que volver a casa.


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