En
aquel tiempo yo tenía veinte años
y
estaba loco.
Había
perdido un país
pero
había ganado un sueño.
Y
si tenía ese sueño
lo
demás no importaba.
Ni
trabajar ni rezar
ni
estudiar en la madrugada
junto
a los perros románticos.
Y
el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una
habitación de madera,
en
penumbras,
en
uno de los pulmones del trópico.
Y
a veces me volvía dentro de mí
y
visitaba el sueño: estatua eternizada
en
pensamientos líquidos,
un
gusano blanco retorciéndose
en
el amor.
Un
amor desbocado.
Un
sueño dentro de otro sueño.
Y
la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás
atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y
olvidarás.
Pero
en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy
aquí, dije, con los perros románticos
y
aquí me voy a quedar.
- Roberto Bolaño -
Eme me manda este poema de Bolaño.
Dice que puede que me sienta identificada. Lo leo y releo para
intentar captar la mayor cantidad de matices. Al despertar, al acostarme. Sin embargo, siempre acabo con la misma
sensación. Bolaño creció y olvidó, dejó atrás las imágenes del
dolor y del laberinto. Bolaño abandonó a los perros románticos. Y yo me pregunto, si el tiempo me condenará a mí
también. Si esto perderá el sentido o, más bien, si yo dejaré que
se pudra hasta que, ya maloliente, no quiera volver a saber de él.
Ahora me refugio en mi locura joven y desbocada. Pero no sin miedo a
cometer el crimen de ahogarla en un mar de necesidades mundanas.
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